Me planteaban este artículo seguido de una pregunta: ¿Cómo vivir la sexualidad en la juventud? Es asombroso la cualidad que tienen determinadas palabras para abrirnos un horizonte amplio que, brevemente, aquí intentaremos iluminar.
La sexualidad nos hace cuestionarnos muchas cosas y su “manejo” va a ser determinante en nuestra vida. A su vez, manejar algo parece indicar un vehículo que dirigimos a un lugar, a una meta. En este caso, ¿cuál es este vehículo? Nada menos que nuestra persona misma, que está viviendo, en una sexualidad concreta.
Y es que la sexualidad no es simplemente un aspecto de nuestro cuerpo o de nuestros actos, sino una dimensión personal que atraviesa todas las dimensiones biológica-psicológica-social y espiritual. La cuestión de la sexualidad es fundamental para nuestra vida y su sentido: ¿Quién soy?, ¿Hacia dónde quiero ir?...
La juventud es el momento donde aparecen estas preguntas trascendentales para toda la vida, no solo porque las capacidades físicas y psicológicas pueden llegar a su pleno rendimiento, sino porque se descubre de forma más profunda el deseo de una vida plena, de ser feliz, de amar y ser amado. Deseo, etimológicamente, nos habla en latín “desiderare” con el prefijo “de” y la palabra “sidus, sideris” que significa estrella, constelación. En la juventud se descubre ese anhelo de las estrellas, de lo grande y de lo bello, por ello se debe poner firme el cohete para alcanzarlas o de lo contrario uno se estrellará.
¿Qué puede ayudar a enderezar el rumbo de este cohete? Primero, el asombro por la propia vida, recibida sin nuestro permiso, pero llena de posibilidades y de circunstancias que es necesario abrazar con sencillez de niño con conciencia adulta: la sexualidad me da la posibilidad de amar y ser amado, soy digno de ser amado y la otra persona también lo es. No quiero ser un “algo” intercambiable sino un “alguien” imprescindible para otro ser valioso al igual que yo.
De este asombro y certeza puede nacer un agradecimiento sincero y a la vez la conciencia de la propia libertad y responsabilidad de uno mismo y de sus actos, para poder madurar, para poder preguntarse siempre qué actos llevaran más lejos este cohete.
El horizonte son las estrellas.
Nieves González Rico
Directora académica del Instituto Desarrollo y Persona
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